El nefasto sistema de formación para el empleo (4)
Finalizaremos diciendo que el sistema actual de certificados de profesionalidad cuenta con 26 familias profesionales y 664 certificados, a disposición de quien quiera programarlos. Van destinados mayoritariamente a personas desempleadas y el alumnado ha de ser de un entorno cercano, ya que se han casi eliminado las ayudas por transporte, y por transporte y alimentación, no digamos ya por alojamiento. Uno de los trabajos más apreciados dentro de las empresas de formación es el de las personas encargadas de reclutar a los potenciales alumnos. Han de convencerlos de que si hacen uno de esos cursos, su vida va a cambiar.
No me resisto a poner un ejemplo que presencié hace poco. Una alumna, desempleada y sin experiencia previa en Hostelería, estaba siendo informada de que si se inscribía en el Curso de Certificado “Gestión de pisos y limpieza en alojamientos” Nivel 3, podría ser contratada como Gobernanta de Hotel. El curso tiene 480 horas, (100 presenciales, hasta 300 a distancia y 80 de prácticas en empresas). El ejemplo se lo dedico a Ana María Dobaño, Presidenta de Honor de La Asociación Española de Gobernantas de Hotel y Otras Entidades (ASEGO), y con la que estoy conectado por Facebook. Me gustaría que me diese, aquí en el blog o bien por Facebook, una opinión al respecto.
Añadiré otro ejemplo a petición de mis amigos sumilleres de Facebook: el Certificado de Profesionalidad de Sumillería, Nivel 3, que – como todos – parte de cero, tiene 730 horas, de las cuales 80 son de prácticas en empresas. Del resto pueden darse 580 horas a distancia. Quedarían 70 horas presenciales, dos semanas. Luego vas a un Restaurante y pides que te contraten de Sumiller.
No hace falta decir cómo se realiza esa formación a distancia. Se han llegado a ver libros impresos, de los de “copia y pega”, que vulneran derechos de autor, fusilando manuales de autores conocidos, y que – de vez en cuando – incorporan legislación encontrada en Internet, muchas de ellas de países de Sudamérica, u obsoletas. Se mandan por correo y la tutoría es testimonial.
Sé que hay algunas empresas de formación que tratan de hacer las cosas bien. Ellas deberían ser las primeras interesadas en eliminar todo lo que desprestigia al colectivo.
Y este es el panorama. Lo dejaré aquí para ocuparme de temas más interesantes y menos desesperanzadores.
En el artículo de hace diez años que incorporo, volvía a expresar mi preocupación por prestigiar la formación profesional.
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Prestigiar la Formación Profesional
En los dos últimos años parece que hay un creciente interés en casi todos los países desarrollados por la calidad en la enseñanza y, de una manera especial, por la de la formación profesional. Tras participar en diversos proyectos internacionales sobre la materia, he observado que el interés común es no sólo dar una respuesta adecuada a las necesidades de los trabajadores y empresas, sino también obtener una mayor rentabilidad de los recursos empleados. En bastantes países se detecta una notable carencia de personas capacitadas para desarrollar determinadas ocupaciones, generalmente de las llamadas “de cuello azul” , mientras que las de “cuello blanco” son más fáciles de encontrar.
Paralelamente y durante décadas, se ha venido realizando – aunque en algunos países más que en otros – una masiva campaña de cursos diversos bajo el argumento de “la enorme importancia de la formación profesional”. Hoy es raro el curriculum vitae de algún aspirante a un curso en el que no aparezca, al menos, media docena de otros de contenido de lo más dispar. Hecho que no parece que – en términos generales – le ayude a encontrar trabajo. En teoría y a tenor de la enorme actividad realizada, debería haber ya más que suficientes personas formadas. Pero la verdad es que no es así. Ni siquiera podemos decir que, en las áreas menos manuales, sea fácil encontrar candidatos adecuados.
La conclusión que se infiere de estos hechos es un sentimiento generalizado de que el fallo debe estar en la calidad de las acciones formativas. Y se buscan sistemas para asegurar la obtención de la misma.
No obstante, el problema es muy complejo. La calidad intrínseca de un curso, caso de que se consiga, no garantiza en absoluto su resultado. Incluso aunque consideremos como elemento prioritario la selección de los candidatos más adecuados para esa acción formativa. Porque de eso se trata, no de privar a determinadas personas del acceso a la formación, sino de encaminarlas hacia donde ésta pueda constituir para ellas una solución y no una pérdida de tiempo.
Si entendemos por calidad la obtención de un resultado que satisfaga o exceda las expectativas de los clientes, lo primero que tenemos que averiguar es quiénes son los clientes de la formación profesional. Es evidente que los más inmediatos y por orden de importancia serían los participantes en los cursos y las empresas en las que se pretende insertar laboralmente a aquellos. Pues bien, el único resultado en el que se satisfacen las expectativas de ambos “clientes” es aquel en el que, de la acción formativa, se deriva un alto porcentaje de colocación de los alumnos. Todo lo que no acabe en ese resultado, en un plazo prudencial , habrá fracasado en satisfacer las expectativas, por lo menos, de los primeros. Y también de las empresas si los alumnos fueran rechazados por no adecuarse al puesto.
De entre los diversos factores que influyen en la materialización de esa calidad, hemos mencionado antes la adecuada selección del alumnado. Tras bastante experiencia acumulada al respecto, puedo asegurar que un aspirante a un curso de formación para el empleo cuyos rasgos de personalidad se conozcan sólo sobre el papel y – como mucho con una entrevista – constituye, indudablemente, una caja de sorpresas. Si ha trabajado anteriormente, podemos disminuir los riesgos haciendo un seguimiento a su vida laboral y observar la coherencia y consistencia de su trayectoria. Podemos analizar los distintos pasos que ha ido dando en la vida y la lógica que los ha guiado. Podemos contactar con las empresas en donde ha desarrollado su labor y pedir que nos informen. No obstante y a pesar de todo ello, no podremos eliminar un considerable margen de error, con consecuencias negativas para el seleccionado y pérdida de oportunidades para el que no ha sido admitido.
Todo esto puede provocar risa en una sociedad plagada de anuncios incitando a realizar cursos que casi nunca consiguen completar sus plazas, muchos de ellos totalmente subvencionados. Pero si desde la Administración Pública se tiene la obligación de velar por la adecuada utilización de los recursos económicos, este objetivo no parece que sea compartido por un elevado porcentaje de entidades privadas colaboradoras del Estado, en donde la antes mencionada selección es un lujo que no se pueden permitir, dado que la oferta deformación supera en mucho a la demanda. En muchos casos basta con tener un DNI o un NIE para ser admitido, da igual a qué curso. Lo que pase después es irrelevante, ya que el centro cobra por “alumno formado”, no por alumno colocado, como sería lo justo si atendiéramos al antes mencionado criterio de calidad. Excluyo de esta práctica a los prestigiosos centros, bien públicos o privados, que son plenamente conscientes de que una apropiada elección de los participantes es el factor más importante de su éxito.
Pues bien, si este aspecto es preocupante entre los cursos de formación para el empleo, en la formación profesional inicial, es decir la que se comienza a continuación de la enseñanza general, la selección ya viene hecha. Pero al revés. Mientras que los estudiantes más aventajados se marchan para la Universidad, para – en muchos casos -pasar desde allí a engrosar las listas del paro, los que por diversas circunstancias han tenido un expediente más flojo no tienen otra salida que pasar a la formación profesional. Esto es en cierto modo consecuencia de sus menores exigencias, pero marca el abismo social existente entre ambos sistemas educativos, que impide que operen los mecanismos de regulación del mercado. Un abismo que se debería rellenar para que quedara, como mucho, una suave pendiente sin el trágico divorcio entre ambas opciones.
Hace varias semanas llamé a un fontanero que me recomendaron para que me arreglara una avería, ya que los que yo conocía estaban ilocalizables. Mientras observaba cómo trabajaba, comenzamos a hablar sobre temas de actualidad. Noté que poseía unos conocimientos poco comunes y me interesé por su trayectoria. Me contó que se había Licenciado en Historia, aunque siempre había sido muy hábil para trabajos manuales y desde pequeño tenía pasión por el bricolaje y la fontanería. Pero condicionantes sociales y familiares le habían mandado para la Universidad, a pesar de que las expectativas económicas de la fontanería ya se le presentaban como muy evidentes. Al estar esta persona mucho más dotada para las ciencias que para el aprendizaje memorístico, su nota de selectividad – rebajada por las asignaturas de letras incluidas en un bachillerato polivalente – sólo le había permitido escoger entre algunas carreras paradójicamente de este corte, de las que eligió Historia. El caso es que nuestro fontanero había conseguido terminar sus estudios aunque con nulas perspectivas de trabajo. Tras un año intentando conseguir un empleo, no lo dudó más. Hizo un curso general de fontanería y varios de especialización o complementarios, mientras trabajaba de aprendiz con un fontanero amigo. Ya lleva tres años como autónomo en esta profesión, tiene dos coches – uno de ellos un todo terreno de gama alta – se ha comprado una gran casa cuya hipoteca puede pagar sin problemas, y estaba pensando en montar una empresa que ahora ha decidido dejar para mejor ocasión. Disfruta con lo que hace y se horroriza con sólo pensar que podía estar dando clases de Historia.
Hace unos días, me comentaban en Dinamarca que el sistema ha conseguido eliminar casi totalmente la elección de los estudios en función de la percepción que la sociedad tiene de la carrera. Que es el mercado laboral y las perspectivas de empleo las que regulan estas decisiones.
El prestigio de la formación profesional es un sentimiento de la sociedad en su conjunto, una actitud colectiva muy difícil, por tanto, de modificar. No obstante, en su apreciación actual han influido mucho las distintas administraciones públicas durante generaciones, por la escasa valoración que de ella han hecho y por el negativo mensaje percibido por la sociedad de que la formación profesional es “para quien no sirve para otra cosa”. Aún no existe una clara conciencia de cómo influye en el desarrollo de los países un sistema de formación profesional sólido y acreditado.
A propósito de valoraciones, recientemente estuve en EuroSkills2008, celebrada en Rotterdam, una competición de jóvenes de toda Europa en cientos de ocupaciones de formación profesional, una especie de olimpiada del buen hacer tecnológico y que se repetirá, pero a escala mundial, en septiembre del próximo año en Calgary (Canadá). Se llamará WorldSkills2009. Es increíble el poder motivador de estos eventos entre los jóvenes. Y muy significativo el grado de participación y compromiso de los diferentes países en función de la fortaleza de sus distintos sistemas de FP. En próximos números seguiremos hablando de los diversos aspectos de la calidad en la formación profesional, pero ahora quiero dejar lugar para unas imágenes que, como todos sabemos, valen más que las palabras.
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