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La inflación de la formación profesional en Hostelería y Turismo

Marbella avatarPublicado el 2 junio, 2016 por Antonio Flores Sentí3 junio, 2016  
Viñeta de Miki @ Duarte sobre cursos de formación

Viñeta de Miki @ Duarte sobre cursos de formación

Hace sólo diez años…

O hace más de diez años que ya veníamos denunciando la creciente corrupción en el sistema de formación profesional ocupacional. Una corrupción que fue posible gracias a la permisividad oficial, a la utilización de las subvenciones como moneda de cambio, y a la sistemática y paulatina demolición de los sistemas públicos de enseñanza, que suponían un agravio comparativo en calidad y coste.

Ayer fueron imputados dos expresidentes de la Junta de Andalucía, precisamente por estos temas.

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Hoy día nadie duda de que, en plena “era del conocimiento”, la mera posesión de información supone una innegable ventaja competitiva. La adquisición, por tanto, de competencias profesionales lo ha de ser aún más, ya que éstas nos dotan de la posibilidad de actuar en la dirección correcta y obtener resultados.

Las competencias, no obstante, no se adquieren exclusivamente a través de la formación. En un próximo número tendremos tiempo de analizarlas y ver cómo otros factores, tan importantes o más que el antes mencionado, contribuyen a hacernos “competentes” para ciertas y determinadas funciones. Esto, sin embargo, lo olvidamos o lo ignoramos deliberadamente ante el jugoso negocio que representan las acciones formativas. Cada vez más se insiste en afirmar que mientras más cursos, seminarios, talleres, o congresos haya, mejor. Y estos eventos surgen como setas por toda la geografía nacional, al tiempo que se multiplican las instituciones temporales o permanentes encargadas de llevar a cabo esta actividad, que imagino lucrativa. Y digo imagino porque la formación seria y responsable nunca fue un negocio con el que uno pudiera hacerse rico de la noche a la mañana. Pensemos que los cursos subvencionados con fondos públicos prevén, para las empresas privadas que los programan, un mero diez por ciento de beneficios sobre el precio de coste; que las instituciones públicas dependen de los presupuestos correspondientes y rara vez tienen superávit, y que para lanzarse al mundo de la formación a pecho descubierto hay que ser muy valiente y arriesgado.

¿Por qué entonces este exceso de oferta que inunda nuestro entorno y satura, con cursos de todo tipo, los curriculums de cientos de miles de aspirantes a profesionales? Porque evidentemente hay un lucro, en muchos casos no declarado. Un lucro que procede fundamentalmente – en los casos de aquellos cursos subvencionados creados para hacer dinero fácil y rápido – de la drástica reducción de los costes de los mismos. Profesores mal pagados y – en ciertos casos – obligados a firmar contratos por cuantías superiores a lo que perciben, profesores sin los requisitos de profesionalidad y experiencia exigidos en las especificaciones de los cursos, disminución hasta límites insospechados de sus medios materiales, programación preferente de acciones con bajos requerimientos de inversiones, cursos con alumnos sin el perfil indispensable para aprovechar algo de sus contenidos – si es que hubiera algo que aprovechar – y, hasta en muchos casos… cursos con alumnos fantasmas, cuyas firmas aparecen de forma misteriosa sin que tengan que asistir a clase.

Todo esto crea un confusionismo en el resulta muy difícil moverse. Los cursos “basura” deterioran el prestigio de la propia formación y, lo que es peor, frustran las expectativas de muchos jóvenes. Lo de menos es que sean una malversación para la sociedad. Lo más importante es que constituyen una estafa para sus destinatarios, a los que roba tiempo e ilusiones.

Como cada vez es más difícil conseguir alumnos – no digo ya alumnos adecuados, digo simplemente alumnos – hay ciertos chiringuitos formativos que, de manera moralmente fraudulenta, organizan cursos de pomposo título. Ya no “vende” ser camarero o cocinero, dos de las profesiones más demandadas. Hay que hacer un curso de Alimentación y Bebidas, Marketing Turístico, Relaciones Públicas o Planificación Turística, aunque los candidatos no tengan experiencia alguna y no hayan superado la EGB. Que conste que hay muchas otras prestigiosas instituciones que programan cursos de similar denominación, aunque con una dura y estricta selección de los candidatos y un adecuado control de calidad.

Luego, claro, pasa lo que pasa. Los egresados de los antes mencionados tenderetes demandan puestos en correspondencia con los diplomas que han obtenido y se ofenden si, haciéndoles un favor, alguna empresa les ofrece un puesto de Auxiliar de Cocina.

Otros problemas que enrarecen el mercado de trabajo son los derivados del exceso de confianza en la formación. Como si poseyeran la máquina de hacer milagros, instituciones que pueden considerarse serias en sus intenciones opinan que, partiendo de un elevado nivel de formación general de los alumnos, resulta posible desarrollar en los mismos las competencias que se deseen, siempre que la formación esté adecuadamente planificada y su nivel de calidad sea óptimo. Ya veremos en otra ocasión por qué esto es una falacia.

Paul Schiff dando una clase práctica en nuestro Centro

Adjuntamos la foto original del artículo, del malogrado e insigne Paul Schiff dando una clase práctica en nuestro Centro, corrigiendo el involuntario error deslizado sobre su apellido.

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La crisis de las vocaciones

Marbella avatarPublicado el 31 mayo, 2016 por Antonio Flores Sentí3 junio, 2016 2

jefe-rango

Hace sólo diez años…

 

Junto con la Historia del Hotel-Escuela, comenzada en diciembre de 2006, empezamos a enviar a IH artículos de la actualidad de aquel momento. Estas publicaciones realizadas hace más o menos una década nos ayudan, en algunos casos, a comprender las enormes diferencias existentes entre aquellos años y los actuales. En estos dos artículos de opinión que traemos hoy, abordábamos un problema de entonces: el preocupante descenso del número de personas que deseaban trabajar en el sector. Las principales causas eran, por un lado, el boom de la construcción, y por otro, el sempiterno y especial sacrificio que comporta trabajar en hostelería. La eterna historia de tener que trabajar cuando otros lo pasan bien.

En el Hotel-Escuela no teníamos problemas, dada nuestra condición de Centro Nacional, ya que la convocatoria de cursos se extendía a toda España. Pero además, nuestra formación piramidal, de la que otro día hablaremos, nos permitía conocer ya a la mayor parte de los alumnos que solicitaban los cursos de especialización, por haber cursado anteriormente otro más básico.

Si no ve bien el pdf, puede descargarlo aquí

La crisis de las vocaciones (1)

Es algo natural que los países, a medida que se desarrollan y crecen, vayan dejando ciertos puestos de trabajo para personas que vienen de fuera. Viví ese proceso en Inglaterra en mi juventud y, gracias al fenómeno, pude trabajar en puestos muy interesantes del sector hotelero. Éramos muchos los españoles que, con distintas motivaciones, emigramos al Reino Unido y a otros países europeos. Pero el fenómeno es reversible. Es decir, no continúa de forma imparable en la misma dirección. Ello nos llevaría a una espiral en la que los inmigrantes ocuparan cada vez más puestos de trabajo y los nacionales, menos, de forma indefinida. En algún momento se alcanza el equilibrio y se para. Hay que pensar que los inmigrantes se van convirtiendo en nacionales y que – llegado un punto de saturación – ya no caben muchos más nuevos inmigrantes. Por otro lado, el estado de bienestar acaba no dando más de sí y hay que volver a competir por un puesto de trabajo que antes despreciábamos. Y la condición de “nacional viejo” – uso el término a semejanza de aquel “cristiano viejo” que lo era de varias generaciones – ya no vale frente a un nuevo nacional con los mismos derechos – tanto para puestos de la empresa privada como de la administración pública – con más inercia de esfuerzo y que a veces tiene más que ofrecer. El fenómeno enriquece al país con savia nueva y las personas que han crecido bajo una determinada cultura protectora se ven desplazadas por quienes lo han hecho en otra muy diferente de competencia y lucha por la supervivencia. No son teorías. Es la observación a través de los años.

No obstante, en este momento es la inmigración la que está solucionando nuestro problema de falta de vocaciones. Por poner un ejemplo, una conocida cadena de cafeterías española ha realizado un convenio con un hotel escuela de Bogotá para traer – de forma legal- la mayor parte de los cientos de alumnos que ésta forma cada año. Otras empresas se mueven con grave riesgo en el submundo de la contratación ilegal. Y otras unidades de producción hotelera ven como parte de sus trabajadores extranjeros legalizados optan por empleos mejor remunerados o con otras condiciones más favorables.

¿Que hace que la hostelería sea, junto con la agricultura, una de las dos cenicientas del mercado laboral? ¿Por qué se prefieren otras profesiones?

Hay razones claras y muy conocidas que son, además, difíciles – por no decir imposibles – de corregir. Una de ellas son los horarios, los turnos partidos y los trabajos en fines de semana y festivos. Otras son más bien de carácter cultural y proceden de un secular desprestigio de la profesión. No hay más que ver la forma en que ciertos periodistas especializados en “el corazón” utilizan una determinada ocupación como si fuera un insulto para referirse al pasado laboral de un cierto político corrupto. Eso no ayuda precisamente. Por el contrario, hay que destacar la inestimable aportación que los “chefs estrella” están realizando por el prestigio de nuestro sector. Gracias a ellos, se está viviendo una revitalización de la profesión de cocinero.

La crisis de las vocaciones (y 2)

En el número anterior esbozábamos el problema de las causas por las que existía en nuestro sector lo que dimos en llamar una “crisis vocacional”. Y aludíamos al importante impacto del entorno social en forma de un excesivo uso – por no decir abuso – de los mecanismos del estado del bienestar. Hemos de agregar que, durante generaciones, este mismo sistema nos ha estado enviando el permanente mensaje de que la formación profesional era una opción para los colectivos menos favorecidos, económicamente primero e intelectualmente después. Aún recuerdo las declaraciones de José María Carrascal (algunos jóvenes no sabrán quien es, y algunos menos jóvenes lo recordarán por sus llamativas corbatas), quien presentando críticamente el problema en uno de aquellos informativos de opinión de Antena 3 lo expresó con palabras muy crudas: “antes, la formación profesional era para pobres y hoy es para tontos”. El título universitario se presentaba – pues – como la única opción para salir de cualquiera de ambos encasillamientos. Consecuentemente, las profesiones de hostelería y turismo no se han librado de gozar de estos “privilegios” discriminatorios. Y los efectos de ese darwinismo social y cultural aún siguen pesando, aunque no se quiera reconocer.

Pero volviendo a las causas procedentes del propio sector, podríamos dividirlas en dos grupos fundamentales: el primero englobaría a aquellas que tienen su origen o causa en un problema de imagen, de carácter predominantemente subjetivo y que perjudica la atracción de nuevos candidatos y, en segundo lugar, las verdaderamente basadas en hechos objetivos y que afectan al abandono de los puestos de trabajo y a la rotación del personal. De estas últimas destacaríamos dos por su peso especifico y por ser totalmente evitables: “jefes difíciles de soportar” y “mal ambiente de trabajo”, dos caras de la misma moneda que tienen su origen en una deficiente preparación para los puestos de liderazgo.

Hace poco, un empresario hotelero me comentaba cómo dos nuevos mandos intermedios le habían causado verdaderos estragos en unas plantillas conseguidas tras años de acertada política y adecuada selección. Dos mandos que habían sido excelentes profesionales pero que sus competencias no incluían aquellas que más hubieran necesitado para su nueva misión: las relativas a la conducción de personas.

Tradicionalmente, en los ambientes formativos y académicos de España se ha venido ignorando sistemáticamente el desarrollo de estas disciplinas. Ni en Económicas, ni en Empresariales (en ambos casos lo sé por experiencia personal), se ha dado respuesta a estas necesidades. Tampoco se ha hecho en los títulos y diplomas más cercanos a la Hostelería y al Turismo. El problema era un desconocimiento de su verdadera importancia y la ausencia de profesorado para estas materias. Ya sabemos que muchas instituciones formativas son más dadas a enseñar aquello para lo que tienen recursos que lo que verdaderamente se necesita. Incluso muchos de los MBA’s que han proliferado por nuestra geografía llenan sus programas con ingentes cantidades de información orientadas a funciones financieras, comerciales y de producción (sin contar los importantes rellenos en temas puramente administrativos), evitando todo el enorme “corpus” que en la literatura anglosajona se conoce como “management”. En España, éste se adelgaza hasta límites insospechados y se califica como “administración de recursos humanos”, nombre de por sí ya equívoco y que induce a error. No sé que es lo que hace falta para que haya una clara conciencia de que los recursos humanos no se administran, que lo que verdaderamente se gestiona es una organización. Pero ello haciéndolo siempre, a menos que sea unipersonal, con el imprescindible concurso de otros seres humanos. Y es que esa, la de conducir personas, es una función no específica de un departamento, como podría ser el de personal, sino que – como hemos dicho antes –ha de ser desarrollada por cualquier trabajador al que se le encomiende la dirección de otros, por pequeño que sea su número. La posesión y demostración de estas competencias – que no hay que confundir con las manidas “dotes de mando” procedentes del entorno castrense – han de constituir, por tanto, una condición irrenunciable a la hora de poner en las manos de alguien nada más y nada menos que el presente y el futuro profesional de un conjunto de personas, con todo lo que ello significa en el desarrollo y en la calidad de sus propias vidas.

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