Esta aula permitió aplicar nuestra metodología sin problemas, ya que el corte de la barra dejaba al descubierto la zona de operaciones de la plancha. Con la imagen se comprende perfectamente .
Con esta entrada terminamos la serie de aulas innovadoras. Ya explicamos anteriormente que nuestro propio hotel-escuela lo fue en el mundo. Aunque, a propósito de ello, quiero especificar que soy bastante escéptico con respecto a la acuñada expresión I+D. La hemos utilizado como contraste a otras instituciones que cada mañana, nada más levantarse, “innovan” cosas. Sacan algo de la manga y le colocan la etiqueta. A nosotros nos costó mucho trabajo hacer lo que hicimos. Tuvimos primero que detectar necesidades, luego reunir a las personas que más sabían de cada tema, y posteriormente dedicar meses y meses a emborronar papeles, pizarras, hacer maquetas y probar materiales.
Normalmente, las ideas surgen cuando surgen y casi siempre están relacionadas con un error, un accidente, una casualidad o incluso un sueño. Pero las mejores son las que provienen y van destinadas a cubrir una necesidad, ya sea detectada, larvada o no manifiesta. Tenemos como ejemplos evidentes la fregona, el papel cello, los post-it’s, la olla a presión, y muchos miles más. La historia es la encargada de poner cada “invento” es su sitio, ya que por selección natural sólo perdurarán los más aptos. Eso es la evolución. La de los seres vivos y la de la tecnología. Pensemos en la rueda.
Pero este tema de la innovación lo trataremos con más profundidad en la siguiente entrada, ya que va dedicada a la “gastronomía molecular”. También entramos a fondo en ella en nuestro Centro. Aunque sólo fuera para comprobar sus posibilidades reales, o para desmitificarla, según el grado de optimismo de nuestros alumnos, ya que no todos reaccionaban igual ante ella. Nosotros nos mantuvimos imparciales, pero queremos dejar muy claro que ni innovamos ni descubrimos nada en este terreno. Ya estaba todo inventado.