Parece que Pedro Sánchez ha cambiado de estrategia.
Si algo tenemos que reconocerle es que en sus últimas horas como Secretario General del PSOE no disimuló sus intenciones. Estuvieron muy claras tanto para gran parte de los españoles como para los que consiguieron apartarle. Los únicos que se habían equivocado con él fueron los que intentaron utilizarlo de peón dócil para que mantuviera la silla caliente a la presidenta de Andalucía, hasta que la señora encontrara el ambiente propicio para realizar su proyectado paseo militar. Y las circunstancias hicieron que esa misma señora tuviera que abandonar precipitadamente sus cuarteles para intentar inútilmente sofocar la rebelión del que pretendía entonces, y creíamos que podía pretender también ahora de manera urgente, llegar a la Moncloa a cualquier precio. Un precio que pasaba por manipular nuestra constitución, y alterar el uso convenido de algunos de los conceptos que contiene, como los de nación y nacionalidades.
Vaya por delante que si ya el primero de ellos, el de nación, difícilmente puede ser más polisémico, o tener más significados de los que ya se pretende que ofrezca en función de la materia que lo reivindique o de los intereses que lo esgriman, el segundo – el de nacionalidad – es, pura y simplemente, una superchería. Un invento encaminado, durante la redacción de la Constitución, a crear realidades virtuales en las que se pudieran sentir cómodos los votantes de los copartícipes en aquel reparto de comodines. Tan es así, que el primer borrador de la carta magna no contemplaba el término “nación”, y tuvo que ser Julián Marías quien llamara al orden a los padres de la patria para que no prescindieran de un concepto político – el que sustenta la soberanía del Estado – con más de quinientos años de uso. Por eso aparece dos veces en el texto definitivo.
Una vez superado por Pedro Sánchez un primer obstáculo no demasiado difícil – no olvidemos que la inoperancia de Susana es ya un clamor – es muy probable que se centre en el medio plazo. Su asignatura pendiente sería la de levantar el suelo récord de 85 diputados, algo que no puede conseguir con algo menos de 188.000 votos. Y tratar de engancharse al repunte que experimentó el PSOE justo antes de las primarias, teniendo en cuenta que unas elecciones anticipadas podrían aún enviarle a un infierno del que ya no saldría jamás. Por eso se ha vuelto claramente constitucionalista. Se une, momentáneamente y sin ser sospechoso de vasallaje, a los que pensamos que la algarada nacionalista debe ser claramente aplastada, ya que jamás podrá ser convencida. Lo hará como espectador prudente y conciliador para, llegado el momento, constituirse en el elemento redentor de un separatismo humillado, vencido y sediento de venganza. Desde la Constitución.
Y es que, si me apuras, no es demasiado complicado aplicar el calificativo de nación a todas las comunidades autónomas, “un nuevo café para todos”. Incluso en su acepción política más estricta, la nueva denominación daría cobijo a diecisiete estados unidos federalmente, que se me antoja muy difícil que pudieran tener más competencias que las que poseen ahora las actuales divisiones, aunque probablemente arrojaran más claridad de funcionamiento. Con esto llegaríamos a la fórmula que propugnaba Fraga, espero que alguien lo recuerde. Más allá sería imposible ir sin llegar a una balcanización en la que cada nuevo territorio tuviera que inventarse el nombre de su nueva moneda. No obstante, siempre quedaría algo por negociar, como la forma del Estado. Se intentaría buscar una República para consolar a los que tuvieran que abandonar definitivamente el sueño-pesadilla de la independencia. Porque los pequeños privilegios o las prebendas ni calmarían el ardor patriótico de algunos ni alejarían los fantasmas del tres por ciento de otros.
Si el apoyo constitucional a Rajoy se consolida, vamos a ver cómo Sánchez comienza a aglutinar votantes, adaptando los procedimientos que utilizó para ganar militantes, y a subir en intención de voto. Ha mostrado sus cartas, con lo que podemos ya apostar a qué se va a dedicar los dos próximos años. Su distancia con Susana Díaz es tan abismal, que será la última vez que se les compare.