Siempre que se destapan casos de corrupción, como los recientes de las últimas semanas, se oye el mismo discurso: “hay personas que se corrompen cuando tocan poder. Su calidad moral era baja. No todo el mundo es igual.”
No es del todo cierto. Tu verdadera prueba frente a la corrupción se te presenta cuando te topas con ella. Solo tienes dos opciones: o denunciarlo, o callarte. Si haces lo segundo, te conviertes en cómplice, aunque no te beneficies en absoluto. Y he visto como, tras justamente no hacer nada, en algunas personas se abre un proceso de lucha interna, una especie de transformación moral en la que puedes derivar hacia la fase de soportarla sin vomitar. Luego, te acostumbras y, posteriormente, entras en la “cultura de la corrupción”.
El paso siguiente, cuando te has callado, es que te conviertes en un posible objetivo de los corruptos, que te intentarán captar. Ves como esas personas, en muchos casos simplemente prudentes, empiezan a tener acceso a nuevos círculos en donde tratarán, por todos los medios, de hacerles pasar de cómplice, a agente activo.
Algunos se preguntarán cómo puedo contar historias que, de haber vivido, no podría confesar. Cuarenta y ocho años como funcionario dan para haber recibido testimonios tanto de quienes se volvieron a mitad de camino, como de quienes fueron descubiertos. De los corruptos en activo e indetectados, evidentemente no recibes ninguna información, aunque sea tu mejor amigo.
Lo que puedo contar en primera persona es lo que te pasa si denuncias. De entrada, tienes que tener más de una prueba, que evidentemente intentarán invalidar si no la pueden, directamente, hacer desaparecer. Por eso no puedes guardarla en tu lugar de trabajo, primer sitio en dónde podría esfumarse.
La denuncia ha de ser lo más discreta posible. Por escrito y a tu superior directo, aunque él mismo sea el propio corrupto. A partir de ese momento estás en auténtico peligro y sólo tendrás como salvavidas la posibilidad de mandar el informe a los medios de comunicación, por lo que procurarás indicar la existencia de esa posibilidad real, encomendada a terceros anónimos, por si se les pasa alguna idea peregrina por la cabeza.
El paso siguiente es que te pondrán bocabajo, analizarán tu vida entera a ver si encuentran algo con lo que puedan chantajearte. Llegarán hasta la primera comunión, si es que la hiciste. Tener licencia de armas, especialmente si es corta, les ahorrará el trabajo de mirar tus antecedentes policiales y penales, porque sabrán que la Guardia Civil ya se habrá encargado de hacer lo propio. No obstante, buscarán hechos fuera de ese ámbito preguntando a tus aparentes amigos y conocidos. Alguno suele ser valiente y te lo cuenta.
Pasada esa fase, llega la siguiente. La de las trampas que te pondrán en tu trabajo para hacerte pasar por incompetente, por dejado, por irresponsable. Todas las órdenes que recibas pedirás que se confirmen por escrito, correo o lo que sea. Cómprate un teléfono que te permita grabar todas las conversaciones. Una vez que adquieres ese hábito, ya no lo puedes abandonar.
Pasado el chaparrón, nueva denuncia discreta al superior de tu superior, con copia al segundo. Siempre con acuse de recibo, siempre de forma discreta. En ese paso ya indicas tu próximo paso: entregar el informe en fiscalía. No siempre funciona. Empiezan los movimientos: traslados, reasignaciones, incluso ascensos del corrupto.
El paso de fiscalía te convierte directamente en un apestado. No creas que vas a ser un héroe, no. En el mejor de los casos, puedes que te quedes en simple piojoso.
Vemos que hay, por tanto, corruptos que pueden encontrar cierta justificación de sus actos por “miedo insuperable”, frente a otros auténticamente vocacionales. Aquellos que entran en una organización, y un partido político lo es, sabiendo muy bien lo que quieren.
Si entras en una organización mafiosa, y os aseguro que abundan, el lado más fácil es corromperse. Y la única solución para acabar con la corrupción es desde lo más alto de los poderes públicos. Acabando con las tramas. En este momento, sólo la casi extinta UPyD y Ciudadanos están libres de pecado. Pero el peligro está en las malas compañías, en los malos socios de Gobierno, en muchos casos expertos corruptores.
Es difícil, dicen, detectar a posibles corruptos vocacionales si aún no han tocado poder. A mí me resulta fácil. Sólo tienes que observar quién miente, quién emplea malas artes, quién es innoble en su trato con los demás, quién está dispuesto a lo que sea para alcanzar sus objetivos.
Esos, mañana, si pueden, serán corruptos.